Por Yenny Cáceres Mayo 2, 2012

Cosas que comprobamos con Ryan Gosling: tiene los mejores pectorales de Hollywood (cómo olvidar ese momento glorioso de Crazy, stupid, love); el amor puede ser devastador (Blue Valentine fue uno de los estrenos más tristes del 2011), y la política suele ser aún más turbia (protagonizó Secretos de estado junto a George Clooney, ¿qué más se le puede pedir a una película?).

Confieso que soy una fan tardía de Gosling. Recién lo descubrí el año pasado. Fue entrar a un nuevo mundo. Uno donde Gosling había sido nominado al Oscar por Half Nelson y había rarezas como Lars and the real girl (en la que mantenía una relación con una muñeca inflable). También fue inevitable ver la lacrimógena Diario de una pasión, la única película por la que hasta el año pasado, como él mismo contó a Esquire, la gente lo reconocía en la calle. Luego vinieron los Tumblr, gracias a un link que me mandó una amiga generosa que, curiosamente, no entendía mi obsesión. Y morí de envidia cuando un amigo crítico de cine, asiduo a los festivales, subió una foto suya junto a Gosling en Facebook. El consuelo fue que Ryan no estaba tan lejos.

Pero más allá de las hormonas, el tipo es un gran actor. Y así lo demuestra en la estilizada Drive, que al fin llega a la cartelera local. Sin casi decir palabra, Gosling se come la pantalla. Al verla, recordé lo que me dijo otro amigo: “Gosling es el futuro Clint Eastwood”. Yo creo que no exagera.

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