Sé que nunca leerás estas líneas, querida Scarlett, pero lo intento. No puedo no intentarlo. De pronto te imagino poniendo “Scarlett Johansson” en Google y quizás, por error, agregando la palabra Chile, y de pronto viendo estas líneas, que no son más que un mensaje absurdo y melancólico acerca de tus comienzos. Sabes de lo que hablo, Scarlett. Hoy triunfas en Los vengadores, interpretando a la Viuda Negra, pero ayer eras otra y no podemos olvidarlo. Es esa mirada inocente que se perdía en una ciudad tan grande e indescifrable como Tokio la que recordamos. Tú ahí, esperando a tu marido -un fotógrafo sin gracia-, mientras leías, encerrada en esa pieza que parecía el lugar perfecto para ir y rescatarte de aquel ensimismamiento que intentó filmar Sofia Coppola en Perdidos en Tokio. Ahí estabas tú, el pelo más o menos corto, rubio, y esa ropa de estudiante de Filosofía que no entiende el mundo, y que no se parece en nada a la mujer que vemos hoy, con pelo rojo y vestida de cuero negro, en Los vengadores. Es cierto que estás rompiendo todos los récords de taquilla. Es cierto, también, que desde hace mucho rato que no te pareces a esa muchacha del comienzo, que ahora resaltan más tus curvas y tu pelo es otra historia. Pero nosotros, acá, desde el mundo de la melancolía, recordamos esos comienzos y pensamos en qué momento se jodió todo, en qué instante te perdimos y qué podemos hacer para recuperarte. Si lees esto, Scarlett, sólo te pido que, por favor, no nos digas que eso es imposible.