En los días posteriores al 11 de septiembre de 2001 se repitió la idea de que todos éramos neoyorquinos. Era un cliché, es cierto, pero no hacía sino jugar en torno a una gran verdad: todos habitamos un poco en Estados Unidos, sin importar dónde residamos. Sam no es mi tío, la excelente compilación de crónicas sobre la relación entre Latinoamérica y EE.UU. editada por Diego Fonseca y Aileen El-Kadi, juega un poco sobre esa idea. Algunos de los autores (tres son chilenos: Andrea Jeftanovic, Juan Pablo Meneses y Carola Saavedra) viven en EE.UU.; otros apenas son turistas o aspiran a serlo. La paradoja es explorada desde todos los lados posibles. “Como buen americano, nací en el extranjero”, anota el peruano-estadounidense Daniel Alarcón, mientras que Eduardo Halfon va aún más lejos: se pregunta por qué un día, cuando todavía era niño, tuvo que dejar su natal Guatemala para comenzar una nueva vida en Florida, y por qué hicieron algo parecido sus abuelos, un polaco y un libanés. “Las personas nos movemos”, anota, “en búsqueda de algo mejor. [Pero] el movimiento del migrante no es rectilíneo”. Aquí dentro hay 24 de esos trazos migratorios, tan retorcidos como articulados.
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