Empecemos con una advertencia: esto va para los que no aguantan a Carey Mulligan. Para aquellos -como quien escribe- que creen que la actriz británica ha hecho el mismo papel en casi todas sus películas. Esa sensación de que -matices más, matices menos- Mulligan ha explotado el mismo papel: el de víctima. Ya sea en An Education (oh, soy una aplicada estudiante, pero quiero conocer el mundo de los adultos y eso me traerá problemas) o en la secuela Wall Street: El dinero nunca duerme (mi vida es un desastre ya que mi padre es Gordon Gekko y mi novio hace negocios con él), o en Nunca me abandones (ok, el único papel que es posible aguantarle), o en Drive (soy una desdichada madre, pero mi vecino cool -Ryan Gosling- me va a salvar de los chicos malos). Y no olvidemos Shame, donde no sólo actúa como la hermana psycho del personaje de Michael Fassbender, sino también hay que aguantarle una desesperante versión de “New York, New York”. Así como Alison Brie (Mad Men) patentó en la serie Community las “Disney faces” (caritas o pucheros con los cuales consigue cualquier cosa), Carey Mulligan ha logrado algo similar. Y todo indica que en sus próximas incursiones no cambiará: en la nueva adaptación de El Gran Gatsby (dirigida por Baz Luhrmann y con Leonardo DiCaprio) interpretará nada menos que a Daisy Buchanan. Así, sólo es cosa de repasar una vez más la novela de Francis Scott Fitzgerald para darse cuenta de que no hay mejor personaje para que Mulligan, una vez más, saque a relucir su mejor carita de víctima.