Por Diego Zúñiga Junio 28, 2012

Yo no veo teleseries -más por falta de tiempo que por otra cosa-, pero María Gracia Omegna… Decimos María Gracia Omegna y nos quedamos sin aliento. Vemos Dama y obrero sabiendo que es una historia de amor clásica, un melodrama bien hecho, correcto, pero lo que realmente nos importa es ella. Es su voz y su sensualidad. Es esa horrible sensación, en el fondo, de que Ignacia -el personaje que interpreta María Gracia- es absolutamente alcanzable, humana. Y no me refiero al tema social de la teleserie, porque va más allá de que ella -ingeniera- se enamore de Julio, un obrero interpretado por un Francisco Pérez-Bannen que logra un personaje verosímil, incluso querible.

Quizás sea mejor decirlo así: nos enamoramos de Ignacia porque siempre nos hemos enamorado de esas mujeres: frágiles, arrebatadas, graciosas, intensas. Y siempre -repito: siempre- hay dificultades para estar con ellas. Y todos hemos sido Pérez- Bannen: ese hombre que no entiende por qué esa chica se enamoró de un pelotudo -en este caso Tomás, interpretado por César Sepúlveda- y por qué ha decidido casarse con él. A fin de cuentas, quizás por eso vemos Dama y obrero: porque queremos que por una vez en la vida ganen los Pérez-Bannen, y así estar cerca del triunfo, de Ignacia, de María Gracia, de la justicia que a ratos parece que nunca llega.

“Dama y obrero”, de lunes a viernes,  a las 15 h, por TVN.

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