Para aquellos que están infatuados con Greta Gerwig, está claro que no necesita presentación. Se ama su incapacidad de mentir, su belleza torpe, su inocencia perversa. Lo curioso es que en su fan club, los socios de “Queremos tanto a Greta”, son pocos. Eso a ella le gusta. No se siente estrella y la verdad es que no lo es. ¿Puede serlo? Capaz que no. Pero en esta era de nicho, claramente ella es la Diane Keaton de su segmento: chicos y chicas menores de 30 que tuitean e incluso leen. Es la símbolo sexual para los tipos que van al sicólogo. Quizás todo es culpa de ella. Ella partió indie-indie. Nada de Sundance, nada de cintas chicas pero tiernas. Ella partió desnuda (no sólo desnuda, sino sin luz y viéndose no muy agraciada, arriba y debajo de su codirector y coguionista, Joe Swanberg) en cintas como Nights and Weekends y Hannah Takes the Stairs, que triunfaron en festivales como SXSW, pero más que nada inventaron el género mumblecore: cintas baratas, sin distribución casi, de gente joven, hipster, improvisando,desnuda y con sexo-bastante-real-pero-aburrido-y-poco-erótico, tratando de entenderse a sí mismos. Lo insólito es que Greta coescribió y codirigió esas cintas.
Pero Greta es más que la chica pin-up alternativa. Su belleza es innegable, pero dependiendo del ángulo, o la ropa, o incluso la pose, puede verse rara. Simple, incluso. Tiene algo de la inocencia perversa de Alicia Silverstone en los 90, pero es más tosca, con más huesos y carne. Hollywood, claro, llegó a su puerta y, de paso, la iluminó y vistió como debía. Pero no la transformó en una estrella sino en la chica-de-al-lado. Fan de Woody Allen, aceptó ser “la chica que se bota” (personaje típico allenesco; recordar a Mariel Hemingway, pues algo tiene de ella) en la nueva De Roma con amor, cinta irregular quizás, pero a la larga encantadora. Greta está ahí, algo escondida, en el fragmento junto a Jesse Eisenberg y Alec Baldwin y Ellen Page, que hace de su mejor amiga perdida y sensual. Pero la sensual es Greta. Y tiene algo de distraída y volada, sí, pero es nada de tonta. Y claro: ella pierde porque no calcula. Algo que tampoco hace en su carrera. Estuvo en uno de los mayores fracasos comerciales de Ben Stiller, una comedia existencial llamada Greenberg, y ella, claro, se robaba la película. Nadie la vio en su momento, pero ahí está. A.O. Scott, de The New York Times, la describió como “la embajadora de un estilo cinematográfico que parece oponerse a la esencia de un estilo”. Puede ser. Pero de que tiene estilo, lo tiene. Su no-estilo es justamente su estilo.