No lo recuerdo marchando en su paso por la miniserie bélica Band of Brothers (aunque disfruté mucho en su momento de esa patriada producida por Spielberg & Hanks). Tampoco registré su presencia espartana en la insufrible y musculosa 300 o me llamó especialmente la atención en Inglourious Basterds). Pero (no he visto Hunger ni Fish Tank) sí me pregunté el año pasado, quién era ese tipo en la piel de un joven y torturado Magneto en X-Men: First Class. Desde entonces el alemán cosmopolita Michael Fassbender parece estar en todas partes, haciendo muy bien de todo lo que le pongan a tiro de guión y más que dispuesto a suceder a Daniel Day-Lewis como el-muy-laureado-gran-sex-symbol- intelectual-de-principios-del-tercer-milenio-cuya-presencia-no-molesta-a-hombres-y-novios-y-maridos-dispuestos-a-aceptar- que-las-chicas-suspiren-por-él porque, sí, mejor Fassbender que tontitos como Bradley Cooper o Channing Tatum.
Aclarado esto, Fassbender -más “tranquilo” que el siempre a punto de entrar en erupción Clive Owen y menos simpático que George Clooney- no ha dejado de enhebrar grandes actuaciones donde exhibir sus talentos y, no, esto último no es un chiste/guiño a propósito de su desnudo frontal en Shame que, por otra parte, me parece la innecesaria versión post-yuppie, tantos años después de la mucho más caliente y aún hoy revulsiva El último tango en París. Mucho más interesante me parece Fassbender como Carl Jung en A Dangerous Method, como el androide obsesionado con Lawrence de Arabia, David, en Prometheus y -mi Fassbender favorito hasta la fecha-como Edward Rochester en la última y muy recomendable versión de Jane Eyre. Sus próximos proyectos prometen mucho: la audacia de participar en la adaptación cinematográfica de la novela At Swim-Two-Birds del irlandés Flann O’Brien, de nuevo junto a Ridley Scott para The Counselor con guión original de Cormac McCarthy, y hacer de Thomas Wolfe en una biopic del editor de editores Maxwell Perkins.