Antes que Daniel Craig, hubo otro hombre igualmente duro, seductor y cínico en el cine: Humphrey Bogart. Ahora que Casablanca (1942) se reestrena en cines, es la oportunidad para escucharlo decir esa memorable frase de hombre despechado, después que vuelve a ver a Elsa (Ingrid Bergman): “De todos los cafés del mundo, tenía que venir al mío”.
Si Casablanca es un clásico que envejece bien, es porque Bogart destila el mismo desencanto que lo transformó en un ícono del cine negro. Volver a Bogart es un ejercicio recomendado para los que creen que el cine comenzó con David Lynch, para los que se leyeron las novelas de Raymond Chandler y para los nostálgicos.
Después de Casablanca, hay que seguirle la pista bajo las órdenes de John Huston (El halcón maltés), verlo en los brazos de Audrey Hepburn (Sabrina, sí, la original), para terminar con la mejor de todas, El sueño eterno (1946), en la piel del detective Philip Marlowe y con la mujer que dejaría en el camino a todas las Elsas del mundo: Lauren Bacall.