Por Max Colodro Diciembre 27, 2012

Por Max Colodro

La llegada de Sebastián Piñera al gobierno supuso un importante traspaso de profesionales jóvenes desde el sector privado al aparato público. Una nueva camada de hombres y mujeres que se formaron en las mejores universidades del país, y de los cuales muchos tuvieron también la oportunidad de seguir perfeccionándose en algunas de las mejores del planeta. Que consolidó tempranamente éxitos laborales relevantes, en un mundo cuyo habitus, lógicas y formas de trabajo eran y son muy distintas a las prevalecientes en las esferas del Estado.

Por su formación y origen social, estos jóvenes profesionales habían mirado siempre a “lo público” con desconfianza. Tenían, y quizás todavía mantienen, la convicción de que la creatividad y la innovación no poseen grandes espacios de desarrollo en el entramado burocrático denso y jerárquico del organigrama estatal; y confiaban en que la llegada de la centroderecha al poder permitiría destrabar rigideces y abrir puertas a nuevos paradigmas de gestión. El cambio de coalición gobernante fue entonces visto como una gran oportunidad no sólo personal, sino también colectiva en un país emergente que había ya tocado techo en lo relativo a ciertas transformaciones, y que requería de un impulso de segundo orden para seguir avanzando. 

Dada su trayectoria empresarial, Sebastián Piñera encarnó para ellos el paradigma de dicho cambio: un emprendedor audaz y versátil, proveniente de un mundo hiperactivo, donde los éxitos se miden en función de los resultados, y en el que las ideas valen cuando pueden ser materializadas en proyectos viables. Para estos jóvenes, el Estado no era un botín de guerra, entre otras cosas, porque sus costos de oportunidad operaban a la inversa que para la inmensa mayoría de los funcionarios públicos. De diversos modos, cercanos casi todos a la riqueza y a las posibilidades de inversión privada, demostraron sin embargo un alto sentido de compromiso con el proyecto político de su sector. Apostaron por el sacrificio y llegaron a los ministerios con planes y metas novedosas, entusiasmados con la opción de aprender y de entregar parte de sus talentos a una tarea colectiva de carácter nacional. Pero se encontraron con lo previsible: las complejidades y lógicas de la política eran y son muy distintas a las de la empresa. El abismo que aún separa al Estado de la esfera privada impide casi siempre funcionar según los códigos y exigencias de una racionalidad puramente técnica. El universo de lo público pasa en rigor por otras coordenadas, distintas a las gerenciales, sometidas a un orden de prioridades y de funcionamiento que poco tienen que ver con el ímpetu, la versatilidad y el emprendimiento. 

Esos jóvenes profesionales hoy miran la realidad con el mismo sentido de frustración que transmite el Presidente de la República. Consideran que, a pesar de todo, se lograron en estos años avances sectoriales relevantes, que se pudieron ejecutar proyectos significativos para el país y que, si no fue posible más, ha sido precisamente por las trabas que la lógica pública y el imperio de la política pusieron en el camino. Hoy observan el presente y constatan que la inmensa mayoría de los chilenos “no entendieron” y “no valoraron” la amplitud de los avances, que un cierto sesgo ideológico o un abierto resentimiento les impidió percibir los frutos de su esfuerzo, el peso que tiene y ha tenido el sacrificio emprendido.

Buena parte de esa generación se apresta ahora a pagar un precio todavía más alto: el sabor amargo de la derrota electoral que se anticipa ya en el horizonte. Mentalmente, se encuentran haciendo las maletas, preparándose para reinsertarse en el mundo de la empresa o, los menos, en la actividad académica. Si la derrota finalmente se consuma, volverán a su lugar propio con un dejo de frustración y de tristeza, resignados a la supuesta incomprensión de las mayorías, pero con una experiencia pública valiosa, que podría servirles incluso en esas lides privadas, desde donde la política y la organización del Estado se aprecian tan lejanas.

Tendrán, por último, que cargar con el peso de la prueba y aceptar que las cosas siempre fueron más complejas de lo que ellos imaginaron. En los hechos, las sociedades modernas son hoy día organismos multidimensionales, donde la expertise adquirida en un área no puede implantarse sin más en cualquier otra. Mirar a la sociedad sólo desde la óptica del sector privado es al final del día tan miope o nocivo como observarla sólo desde la omnipresencia del Estado. Durante muchas décadas, ellos despreciaron la política y terminaron paradójicamente siendo despreciados por ella. Quizás un pecado de juventud, pero la centroderecha ha cargado con ese pecado casi desde siempre. Una lección también de humildad en medio de los avatares de un mundo cada día más difícil de explicar y de predecir. Hoy se aprestan finalmente a ver su aventura coronada por el fracaso electoral, un fracaso a pesar de todo aún levemente incierto, pero que de concretarse, los hará llevar sobre los hombros más de lo que imaginan: una experiencia inédita, que bien valorada y aprendida, podría tener sin duda un lugar provechoso en el Chile de los próximos años.

 

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