Claire viene de vuelta, al igual que Robin Wright. Desde que se divorció de Sean Penn -y se quitó el Penn de su apellido- la actriz se liberó. Y ahora la vemos, magnífica, recién nominada a los Emmy por su papel en House of cards. Pocas veces se ha visto un personaje femenino tan fascinante como Claire Underwood, la esposa, y a la vez el complemento perfecto de Frank Underwood (Kevin Spacey), el político sin escrúpulos de esta serie. El tipo de mujer que le habría gustado conocer a Don Draper, y por la que habría dejado todo.
¿Dónde estuvo Robin todo este tiempo? Lo ha repetido sin culpa, y con la misma certeza de Claire: criando a sus dos hijos. Así, nos olvidamos que ella alguna vez fue Jenny, la enamorada eterna de Forrest Gump. Después que se divorció y con sus hijos ya grandes, Robin decidió volver. Tuvo pequeños papeles (Moneyball), hasta que David Fincher la puso como la amante de Mikael Blomkvist en La chica del dragón tatuado. Pero Fincher tenía otros planes para ella. La convenció de hacer una serie, diciéndole que su personaje era una especie de Lady Macbeth. Y no se equivocó.
Claire Underwood no es la esposa devota ni una víctima. Es una Lady Macbeth del siglo XXI, fría hasta los huesos, una mujer que sabe que su matrimonio sin hijos es una sociedad donde cada miembro tiene que hacer sacrificios para mantener a flote este equipo.
A sus 47 años, Robin Wright sigue siendo sexy, atlética y fibrosa, una pantera rubia, como en sus días de modelo en París y Tokio. Y así es como no podemos dejar de ver House of cards, en parte, porque queremos verla a ella, a Claire, a Robin, en su desquite final.
“House of cards”. Disponible en Netflix.