Desde hace ya un rato y hasta el final, todo pasará, parece, por si, primero, te cae bien o no Sofía Coppola. Si eres desde siempre fan de Bill Murray, le agradecerás -como yo- por toda la eternidad el gran favor que le hizo con su Perdidos en Tokio. En cambio, si -como yo- todavía le reprochas su pasaje por El Padrino III obligada por su padre cuando Winona Ryder (primera opción para el rol de Mary Corleone) pretextó agotamiento, es posible que consideres a The Bling Ring como otra vistosa tontería de una nena caprichosa. Pero ni una cosa ni otra: The Bling Ring (continuación casi natural de su anterior Somewhere y menos bestial que la Spring Breakers de Harmony Korine, y menos sórdida que la The Canyons de Paul Schrader y Bret Easton Ellis) es otra disección más o menos cruel de Los Ángeles como ciudad envasada al vacío. Y se deja ver con interés y gracia. Y funciona como ácida crítica a los tiempos de Facebook y YouTube & Co donde la fama no dura cinco warholianos minutos sino apenas ciento cuarenta caracteres a tuitear lo más rápido posible porque la juventud pasa pronto y rápido. Así, The Bling Ring tiene la astucia de presentarse como película superficial y frívola cuyo tema es la frivolidad y la superficialidad. Y todo con perfume y marca based on a true story: los irreales hechos reales de una pandilla de adolescentes más o menos acomodados que se meten sin pedir permiso en casas de estrellas para robarles ropa y joyas y dinero. Un elenco compacto y talentoso a la hora de actuar con inteligencia las muchas e infinitas maneras en que se puede ser estúpido (a destacar una Emma Watson a la que nunca aceptarían en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería) y un puñado de cameos de celebridades de la nada como Paris Hilton y Lindsay Lohan completan el atractivo y prolongan la obra de una directora cuyo tema, desde el principio, parece ser -seas virgen suicida o reina degollable- las infamias de la fama.