En ninguna parte el tiempo pasa más rápido y peor que en la vertiginosa galaxia de la música pop. The Beatles, Bob Dylan, Pink Floyd y algún otro se mantienen como entidades más allá de eras y tendencias. Pero la inmensa mayoría se mueve y suena entre el abracadabrante ahora los ves (en todas partes) y ahora no los ves (¿dónde se fueron?). Lo que nos lleva al pequeño gran Beck. ¿Recuerdan? Aquel al que descubrimos con el simpático himno-novelty-slacker “Loser” (1994) y el que fue ascendido a las alturas con esa apología del cut-and-paste sónico con Odelay (1996). Allí, en lo más alto de la apreciación público-crítica hip, fue cuando Beck se convirtió -en las palabras del tan ácido como preciso Dylan Jones en su The Biographical Dictionary of Popular Music- en un “experto confeccionador de bouillabaisse funky con un aparentemente insaciable apetito por la yuxtaposición chiflada”. Y, después de tanto desenfreno en lenguas, el, para mí, mejor de todos: el de Sea Change donde, con orquestaciones à la Serge Gainsbourg por los días de Melody Nelson y melancolía de Nick Drake, Beck Hansen musicalizaba su ruptura sentimental con su pareja de nueve años, consiguiendo una suerte de Blood on the Tracks lánguido y resignado.
Doce años después, llega Morning Phase, que se le parece mucho en atmósferas y cadencias, pero que brota no de un corazón roto sino de un cerebro agrietado. Una docena de tracks musicalizando -luego de años de desilusión artística- la decepción consigo mismo y una posible redención. Finalmente, Morning Phase es algo mucho más interesante: el resultado no de un renacer sino de un seguir más o menos igual. El mismo Beck lo contó hace poco en El País: “La verdad es que paré durante un tiempo, como siempre se hace después de publicar un disco. Más tarde empecé a producir para otros, y resultó ser un trabajo tan largo como hacer uno propio (...). Hace seis años pensaba que algo estaba a punto de pasar, ya sabes que era el momento de ese salto que se da cada diez años en el rock. No tenía muy claro por dónde tirar. Así que decidí pararme un tiempo para ver cómo discurrían los acontecimientos… La verdad es que toda mi vida he tenido pánico a repetirme, pero ya no me pasa. Un día pensé ¿y qué si me repito? ¿Qué artista conoces que lleve 20 años de carrera y no haya repetido la misma fórmula alguna vez? Es difícil de creer ¿verdad? Veinte años, ya”.
Así, por fin, Beck compone y graba para que nosotros escuchemos el gran álbum de alguien que -como David Bowie en su reciente y autoantológico The Next Day- ya no siente la obligación de reinventarse en cada esquina. Esperemos entonces que el Beck de Morning Phase sea el Beck de aquí en más. Y que no se sienta un loser por ello.