Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Abril 16, 2014

En algunos años más habría que preguntarse cómo las canciones de Cristóbal Briceño se convirtieron en una especie de relato  en clave de esta década. Eso, que estaba en los discos de los Fother Muckers (su anterior banda), se acrecentó cuando éstos murieron y resucitaron convertidos en los Ases Falsos, volviendo Juventud americana (2012), su primer disco, en un artefacto extraño donde los singles pop deslizaban relatos que contenían desde cuentos casi kafkianos (“Pacífico”) hasta la historia feroz de un policía infiltrado en el movimiento estudiantil (“Fuerza especial”). Había ahí una especie de decisión narrativa: escuchar a los Ases Falsos era una experiencia compleja e irrepetible, un collage hecho de jirones, algo que funcionaba entre la fábula y la parodia, entre la consigna y la confesión urgente. “Simetría”, el single recién lanzado de su nuevo disco, juega en la misma dirección: “Yo también pretendo mejorar el mundo/  hacerlo más perfecto, más alto y profundo / ayudémoslo en su simetría / quiéreme como te quiero, sé que lo valdría ”, susurra Briceño en una canción que convierte una confesión romántica y casi secreta en una especie de himno cultural. El paso de un lugar a otro es paulatino. El tempo se acelera, la voz se vuelve nerviosa, las palabras se acomodan para ser más eficaces, mientras el sonido de los Ases Falsos -que es el sonido del ahora, de algo que se sumerge en el presente como si se tirase desde un promontorio- es alternativamente dulce y filoso, entrañable y descreído, confundido y urgente.

“Simetría”, de Ases Falsos.

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